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El vino de Stalin

Josif Stalin, el dirigente soviético de la extinta U.R.S.S. era georgiano. Este país, ahora un estado independiente, se encuentra enclavado al pie de la cordillera del Caúcaso, entre los mares Negro y Caspio. La otrora Iberia asiática, posee una tradición vitivinícola antiquísima y conserva, junto a la vecina Armenia, su tradición cristiana, en este caso ortodoxa.

Aunque su producción de vino nunca se interrumpió, su industria vinícola como tal dio comienzo a finales del siglo XIX, cuando el zar Alejandro II importó las técnicas francesas de producción de vino. Posteriormente, y tras el ascenso de Stalin al puesto de secretario general del Partido Comunista Panruso en 1922, recibió nuevos impulsos, ya que popularizó la costumbre de beber vino entre todos los ciudadanos soviéticos: ‘debía dejar de ser solo patrimonio de la aristocracia y los burgueses’, en sus propias palabras. Impuso además sus gustos, se embotellaban vinos dulces y espumosos un contrapunto a la bebida nacional, el vodka.

A mediados del siglo XX, la Unión Soviética se erigía como séptimo país del mundo en producción de vino y Georgia se convirtió en una de las repúblicas soviéticas que sirvió de vergel hortofrutícola para alimentar la nación de naciones, además de convertirse en su bodega. Sus vinos fueron dados a conocer al mundo cuando durante la Conferencia de Yalta, una de las cumbres políticas de los aliados a finales de la II Guerra Mundial, Stalin sirvió a Roosevelt y Churchill un vino abocado georgiano llamado Khvanchkara, su preferido. Este vino, icono de los caldos de Georgia, llegó a debatirse en un litigio legal entre la empresa norteamericana que en aquel tiempo compró sus derechos y el gobierno de Georgia, ya que lo reclamaban por ser patrimonio cultural de su país.

Las etiquetas

El vino georgiano, si lo hubieran dejado en paz, hubiera evolucionado de manera armoniosa, probablemente conservando su tradición de fermentado y añejado en tinas de barro cocido, o incorporando a su antojo las formas de vinificación francesa con la utilización de barricas. Pero lo que más perjudicó a su desarrollo es la catalogación de que todos los vinos georgianos se resumían al gusto de Stalin y, lo peor, que su icono apareciera en sus etiquetas. Pero no solo se vio perjudicado por la fama de los gustos de Stalin y su retrato. A mediados de la pasada década, un conflicto político entre Rusia y Georgia desembocó en un embargo de todos sus vinos por parte de Rusia. El gobierno declaró que la calidad del vino georgiano era penosa y prohibió todas las importaciones del país. Un castigo que muchos rusos penaron, acostumbrados durante generaciones al sabor terroso del Saperavi, al popular Tsinandali o al del exclusivo Khvanchkara. El embargo abocó al cierre a muchas bodegas, ya que el 90% de su vino exportado viajaba a Rusia. Pero la debacle pronto se convirtió en una oportunidad, ya que los bodegueros y los enólogos georgianos pugnaron por transformar sus bodegas y modernizarlas, acomodar su producción a los gustos de los consumidores de otros países, sobre todo los de Occidente y además abrir sus bodegas a la colaboración con técnicos franceses e italianos fundamentalmente. A sus nuevos vinos les llamaron los ‘vinos de la libertad’. Dos lustros después, la revolución del vino georgiano ha obtenido sus frutos. Hay vinos de corte muy diverso, las variedades autóctonas, ancestrales, se han puesto en valor con sus vinos monovarietales y el turismo enológico se consolida año tras año convirtiéndose en un destino internacional inapelable, donde vino, arte, historia y gastronomía lo convierten en destino de primer orden.

Si tomamos la decisión de viajar a Georgia a conocer sus vinos, debemos empezar por la región de Kakheti. Y si queremos llegar en el momento oportuno, habrá que hacerlo entre las últimas semanas de septiembre y las primeras de octubre, cuando se celebra el festival Rtveli, una suerte de fiesta de la vendimia de orígenes ancestrales que no hay que perderse.

Fuente: http://www.lasprovincias.es/planes/201701/06/vino-stalin-20170106000452-v.html

Autor: CHEMA FERRER

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